Un traje de marinero, 200 euros; un vestido de comunión, 400
euros; la cadenita de oro con su placa, 50 euros; la peluquería, 30
euros en el caso de las niñas y 10 en el de los niños; el banquete,
2.400 euros; las fotografías y recordatorios, 525 euros; la eucaristía...
no tiene precio.
Mayo es el mes de las comuniones, unos acontecimientos religiosos que han alcanzado la dimensión social y económica de auténticas bodas. Hasta tal punto, que hay quien tiene que pedir un crédito para afrontar la primera comunión de un hijo. Los
gastos que este sacramento acarrean han aumentado en un 4% respecto a 2006, según la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU). El gasto asciende, en el caso de las niñas, a 3.500 euros por término medio en España, y a 3.200 euros en el de los chicos. «Me da pena toda esta parafernalia, porque resta importancia a la consagración en sí», se lamenta José Ignacio Iturmendi, delegado diocesano de catequesis de
Vizcaya, quien sitúa la comunión en dos planos diferentes: «Significa, en primer lugar, una manera de vivir y compartir valores de fraternidad con las personas que te rodean. Después viene la comunión con Jesús, que no debiera darse sin cumplir la primera parte
». Él recuerda la suya como una celebración a la que, como mucho, asistieron veinte personas: «Era como juntarse con la familia en Navidad, pero siendo tú el centro
de atención». Cuando compara aquellos recuerdos con los tiempos actuales, no comparte estos excesos «porque no se vinculan al mensaje de Jesús, que simboliza
la pobreza».Por su parte, Elisa Usategui, socióloga y docente de la Universidad
del País Vasco, advierte de que la secularización es una realidad imparable. «La comunión, que era un paso iniciático dentro de la sociedad cristiana, ahora es
un acto social en el que el elemento religioso cada vez tiene menos relevancia», explica.
En su opinión, el nivel económico marca este tipo de eventos, junto con la preocupación por quedar bien ante los invitados. «Ocurre como con los coches. El materialismo
impera en nuestra sociedad, por eso la comunión cada vez está más secularizada y cada vez hay más invitados». Y lo constata con un ejemplo: «Las parroquias que han intentado unificar los trajes para no mostrar las diferencias sociales se encuentran con el
rechazo de las familias».
Menos confirmaciones
En los tres últimos años, el número de comuniones se mantiene constante, según las estadísticas realizadas por la Diócesis vizcaína. Cada año reciben la primera eucaristía alrededor de 2.500 niños y aproximadamente 600 de ellos continúan después ligados a la parroquia de una forma activa, ya sea mediante la catequesis o en movimientos parroquiales tales como los scouts. «Donde se nota un descenso es en las confirmaciones», afirma Iturmendi. Hace dos años se registraron 787 y el pasado año, 588. José Ignacio Iturmendi apunta un hecho curioso: que hay quien después
de la comunión deja de asistir a catequesis pero que vuelve para confirmarse. «Esto corrobora que los sacramentos se conciben como la esencia de la religión católica, y es más que eso. Para mí, la segunda comunión es igual de relevante que la primera». Elisa Usategui achaca estos datos a que la confirmación tiene un carácter más personal, y por
eso no hay tanta fiesta alrededor de ella. «Entre los jóvenes empieza a estar mal vista, así que quien se confirma es porque realmente lo siente», señala. Para la socióloga, la «pantomima » que rodea a esta ceremonia está ligada también a la necesidad social de exteriorizar las distintas etapas de la vida: nacimiento, adolescencia, madurez, maternidad o paternidad, fallecimiento… Así, apunta, antaño la celebración de la licenciatura no tenía tanta importancia «y ahora son los propios
alumnos los que la piden», se admira. Del mismo modo, reconoce que muchas bodas se celebran por la Iglesia porque es más bonito, a la familia le interesa el entorno secular que rodea al rito: «la catedral emblemática, el decorado con flores… La liturgia religiosa le da pomposidad a la boda civil», resume. El delegado diocesano de catequesis lo corrobora. «Cuando convocamos una reunión para hablar
sobre la eucaristía del día de la comunión, horarios, ensayos, etcétera, aparecen todos los padres. Sin embargo, vienen menos si el tema a tratar es meramente religioso
».
Este domingo, la hija de Lydia Martín, Tanya, tiene una cita
importante: va a comulgar en la parroquia de San Pedro del
barrio bilbaíno de Deusto.
–¿Cómo se define espiritualmente?
–Soy creyente, aunque reconozco
que antes era mucho más
practicante que ahora.
–¿Por qué ha decidido que su hija
haga la comunión?
–Por eso, porque soy creyente.
Me parece uno de los sacramentos
más importantes, porque en
el bautismo no se es consciente
de lo que sucede y en la comunión
sí que se empieza una a dar
cuenta de las cosas. Es un bonito
acontecimiento para ella. Además,
en cuatro años Tanya no se
ha quejado de la catequesis. Después
de este esfuerzo, se merece
la recompensa de la celebración.
–¿Cree que es un rito vital?
–Es más bien una etapa a seguir
dentro de la comunidad cristiana.
–¿Se ha desvirtuado el significado
de la comunión?
–Por supuesto que sí, poco a poco
es inevitable que esto vaya sucediendo.
Sin embargo, el hecho
principal sigue siendo el tomar
el cuerpo de Cristo.
–¿Le parece que su hija lo entiende?
–Del todo seguro que no, pero sí
se queda con una idea. Es un
paso. Con el tiempo ya decidirá
si continuar dentro del mundo
religioso.
–¿Qué opina ante tanto traje, banquete
y regalo?
–Lo que rodea a la comunión es
consumismo y materialismo
puro y duro, aunque también tiene
su lado positivo, porque se
une a la familia y eso es muy difícil
hoy en día. Te reúnes con tus
seres queridos y pasas un buen
rato, y eso es lo que cuenta.
–Hay párrocos que acusan a algunos
padres de aprovechar la comunión
como una exhibición de poderío
económico. ¿Qué dice a esto?
–Es normal que los sacerdotes se
lamenten. Pero, obviamente, no
voy a ir a la comunión de mi hija
en vaqueros. Ojo, no por ello me
considero consumista. Pienso
que después de cuatro años de
catequesis, que por cierto, me
parece excesivo, hay que celebrarlo
a lo grande. No digo que
la catequesis no sea necesaria;
al contrario, es un instrumento
que socializa, pero los niños realizan
otras actividades extraescolares
y a todo no llegan.
–¿La comunión se hace para quedar
económicante bien ante los
invitados?
–Para nada, cada uno paga lo que
se puede permitir, o por lo menos
así lo veo yo.
–¿Qué dice a que algunas parroquias
hayan querido imponer para
todos la ropa de calle?
–Es quitar la ilusión a los niños.
Además, no veo coherente que
haya parroquias que exijan una
cosa y otras otra.
–¿Qué le va a regalar a su hija?
–Un ordenador, porque ya lo
empieza a necesitar para los trabajos
de la escuela.
–¿Cuántos invitados asistirán?
–Son 53, todos familiares de mi
marido y míos. Los amigos sólo
se acercarán por la tarde para
tomar un café.
CRISTINA DOMÍNGUEZ